Todos somos partículas de luz que emanaron de la Adi Shakti. Todos nacimos
de la vibración de amor que surgió de su danza cósmica. Compartimos la misma
luz, la misma esencia, la misma realidad espiritual, el amor de la Diosa Madre.
Esa luz es lo que únicamente somos, y también, es el camino para retornar a
nuestro origen, el Ser único Dios Padre, la conciencia universal.
La Diosa en su danzar impulsa su movimiento en la parábola de amor divino,
y nosotros, como partículas de luz unidos a ella, somos conducidos por su
inteligencia y su poder supremos.
En nuestro corazón se refleja la semilla de la luz universal de la
Diosa, la emoción primordial, el amor de Dios. Ese amor es la Diosa misma y
solamente de su mano podemos avanzar en el sendero que conduce a la meta
añorada.
Por esa razón, muchas escrituras sagradas declaran que solamente la Diosa
puede conducir el alma humana a su reencuentro con Dios Padre. Solamente ella
concede el moksha. Es cuando nos fundimos completamente con ella, con su amor
incondicional, con su pureza, cuando podemos realizar que esa misma esencia es
lo que verdaderamente somos. Y es únicamente entonces, cuando vivimos desde la
luz del amor puro cada instante de nuestra existencia terrenal, cuando
avanzamos en la parábola del amor divino hasta el centro del corazón mismo de
la Diosa, que en su interior es siempre uno con Dios todopoderoso, Brahman.
Allí, en el corazón de la Diosa, donde la emoción es tan abrumadora y refulgente
como mil soles, el amor infinito se disuelve con la conciencia como si nunca
hubiesen estado separados.
El amor es el único camino a la meta espiritual. Dios es amor, la Diosa es
amor, nosotros somos ese mismo amor. El amor es el modo de despertar del sueño
del ego, que, de algún modo, ha cerrado sus ojos a la verdad que en su propio
corazón se esconde. El amor es para ser practicado de modo indiferenciado con
todos los seres que nos rodean y con nosotros mismos los primeros. Solo
nosotros podemos elegir abrir nuestros ojos a la bondad divina que existe en
cada persona y en cada cosa creada. Únicamente si decidimos como primera
prioridad en nuestra vida vivir siempre en el amor a los demás podremos
empezar a abrir nuestros ojos a la belleza de Dios en las demás personas.
¿Habría entonces alguna posibilidad de ser engañados de nuevo por nuestro
ego que juzga a los demás como impuros o negativos? ¿Volveríamos a absorber
sus negatividades, sus deficiencias, sus problemas, o acaso seriamos una luz
que iluminaría a todos los que nos rodean? Solamente podemos ser luz si elegimos
como primera prioridad en nuestra vida ser el amor de Dios y vivir siempre
desde el amor. Esto es indispensable pues la luz solamente puede iluminar y no
dar oscuridad.
Y así, de este modo, amando sin condición a todos y cada uno, podremos ver
que nuestra luz y nuestro corazón es la Diosa misma, y en ese amor superlativo
nos fundiremos en el silencio primero de donde surgió todo sonido, en la
consciencia autoefulgente que aun siendo la única existente se oculta tras el
velo dorado de maya.