martes, 24 de septiembre de 2019

El libre albedrío y el sentimiento de culpa


La idea del libre albedrío  es muy cuestionable e implica un factor subsecuente que se ha convertido en un verdadero hándicap en el proceso evolutivo de la humanidad. Es el sentimiento de culpa. 

La idea del libre albedrío es seductora para el ego, pues nos permite autoproclamarnos como los actores y directores de nuestra propia vida, no solo quienes deciden  los caminos que andamos y las decisiones que tomamos, sino incluso los resultados que obtendremos. De este modo nos sentimos con la capacidad de alcanzar aquello que decidimos, de controlar nuestra vida y nuestro entorno.

Pero esta adulación del ego tiene una doble contrapartida. Cuando fallamos en nuestros objetivos o cuando nos dejamos llevar por tendencias de nuestra mente que nos parecen debilidades, o  incorrectas, se produce una reacción inmediata en nuestra mente que es el sentimiento de culpa. Es natural que nos sintamos culpables de nuestros errores, si asumimos la idea del libre albedrío como una verdad irrefutable.

Pero alguna persona podría pensar; ¿Entonces, no importa si cometemos errores o no? ¿Es intranscendente cometer cualquier pecado? Lo cierto es que cualquier acción incorrecta por nuestra parte produce un efecto inmediato tanto en nuestro estado mental/emocional y físico, en el entorno que debemos enfrentar posteriormente y en nuestra relación con las otras personas que han sido afectadas. Pero este efecto es algo diferente al sentimiento de culpa. Es la ley del Karma, que nos empuja irremediablemente a evolucionar, haciéndonos enfrentar nuestros propios errores continuamente. 

El sentimiento de culpa, al contrario que la ley del Karma, es un proceso anti evolutivo que en vez de estimularnos a la introspección nos aparta de ella. Cuando nos sentimos culpables no solo no afrontamos nuestros errores, sino que nos sentenciamos como incorrectos o pecadores, creando un espacio oculto a la conciencia donde acumulamos toda la inmundicia de nuestro carácter.  Es como esconder la suciedad debajo de la alfombra, suciedad que en vez de desaparecer crea espacio para bacterias, microbios y putrefacción posterior. Esta putrefacción se materializa en nuestra personalidad como una tendencia a sentirse sin valor, inferior, e impuro, un agujero hacia el lado izquierdo que solo tiene un desenlace posible, la tristeza y dolor.

En cambió la idea de la voluntad Divina favorece el proceso introspectivo, pues focalizamos nuestra atención y energía únicamente en el resultado de nuestras acciones, en los efectos positivos o negativos que estas han tenido en nosotros mismos y en nuestra vida, facilitándonos todo ello el proceso de evolución y transformación de nuestra persona. No nos sentenciamos como culpables, identificándonos de este modo con las cualidades más bajas de nuestra personalidad, sino que somos como niños inocentes enfrentándonos cada día al reto de nuestro ascenso. Somos responsables de todas nuestras acciones y no culpables de ellas. 

Si aquel que maltrata a su esposa no hubiese tenido un padre que hubiese hecho lo mismo sino uno que tratase con respeto y devoción a su esposa, quizá el mismo no habría caído en este mismo error. Existen innumerables factores que hacen que nuestras acciones se desequilibren en un sentido u otro. 

Para gozar de la plenitud de nuestro propio ser no necesitamos erigir al ego como el protagonista del juego de la vida, ni sentirnos los controladores ni dueños de nada. Es en lo pequeño donde reside la grandeza. Es en el carácter inocente de un niño donde el gozo y la plenitud se expresan. Solo siendo como niños pequeños, guiados por la mano invisible del amor de Dios, que como una madre amorosa nos observa, corrige y guía, nos libramos de la carga autoimpuesta de la culpa que es una trampa hacia el infierno interno.