Durante el maravilloso Shivaratri puja que celebramos en el
centro de Inglaterra, con alrededor de 700 yogis, despertó en mi interior una
comprensión clara de la ilusión de lo que creemos ser.
Cada vez que nos referimos o pensamos en nosotros mismos
como un yo individual, alimentamos la ilusión y la maya que nos impide
acercarnos al señor Shiva. De hecho ¿dónde está este yo individual, donde se
encuentra? ¿Está dentro del cuerpo, posee el cuerpo? ¿Acaso posee algo
material, alguna propiedad en este mundo? ¿Dónde reside todo su poder, toda su
fuerza?
Solamente en el Señor Shiva reside todo poder, toda acción y
la verdadera existencia. Él es la conciencia pura sin la cual no puede existir
ni el pequeño yo individual que creemos ser, ni el cuerpo, ni la mente, ni
poder alguno.
Si la conciencia abandona cualquiera de los objetos donde
ilusoriamente parece residir, ¿Dónde podría existir dicho objeto? Solamente la
conciencia, el espíritu, Shiva, da vida a toda materia, lo demás no es más que
una ilusión, un espejismo que alimentamos cada vez que nos percibimos como un
ser individual.
Ahora comprendo que en realidad lo que creía ser no existe.
Lo que llamaba yo, no era más que ego, una ilusión engañosa sin vida propia. Lo
cierto es que yo no soy nada, nunca lo he sido, en cambio Tu eres todo en todo
mi Señor. Tu belleza se despliega de incontables formas incomprensibles para el
pequeño recipiente humano. Tu ser es un silencio insondable que rezuma
emociones arrobadoras que estremecen de gozo el corazón humano.
Durante miles de años este ego te intento robar lo que solamente
es tuyo, toda acción, toda posesión, toda existencia. Ahora Señor, postrado a tus pies, permíteme
devolverte todo. Este cuerpo que no me pertenece y del cual no tengo control
alguno. Solo Tu decidiste el día que nació en la Tierra, las experiencias que
atraviesa a lo largo de su vida, y el día que vuelve a la Tierra convirtiéndose
de nuevo en polvo. Esta mente invisible con sus infinitos pensamientos, sus ideas,
esperanzas y deseos es solamente tuya y la utilizas de maneras insospechadas
para mantener el juego de la creación y alcanzar todos tus propósitos. Te
devuelvo mi Señor esta vida y todas las que haya de vivir en el futuro, pues no
me pertenecen en absoluto y no tengo control alguno sobre ellas. Y finalmente,
te devuelvo lo que durante tanto tiempo he llamado yo. Este ego que te intentó
robar la existencia que únicamente a ti pertenece.
Ahora, siendo yo en realidad nada, infinitamente más
insignificante que una diminuta mota de polvo, te imploro que aceptes todas
estas ofrendas, que asumas el control de todo ello y despliegues tus bellísimos
matices, cual arcoíris grandioso después de la gran tormenta. Permíteme tan solo observar como un niño la
grandeza de mi Padre, sus acciones llenas de magia, su exuberante belleza, su
reflejo luminoso en la chispa que destella en los ojos de sus niños.