La idea del libre albedrío es muy cuestionable e implica un factor subsecuente que se ha convertido en un
verdadero hándicap en el proceso evolutivo de la humanidad. Es el sentimiento
de culpa.
La idea del libre albedrío es
seductora para el ego, pues nos permite autoproclamarnos como los actores y
directores de nuestra propia vida, no solo quienes deciden los caminos que
andamos y las decisiones que tomamos, sino incluso los resultados que obtendremos. De este modo nos sentimos con la
capacidad de alcanzar aquello que decidimos, de controlar nuestra vida y
nuestro entorno.
Pero esta adulación del ego
tiene una doble contrapartida. Cuando fallamos en nuestros objetivos o
cuando nos dejamos llevar por tendencias de nuestra mente que nos parecen
debilidades, o incorrectas, se produce una reacción
inmediata en nuestra mente que es el sentimiento de culpa. Es natural que nos
sintamos culpables de nuestros errores, si asumimos la idea del libre albedrío
como una verdad irrefutable.
Pero alguna persona podría
pensar; ¿Entonces, no importa si cometemos errores o no? ¿Es intranscendente cometer
cualquier pecado? Lo cierto es que cualquier acción incorrecta por nuestra parte produce un
efecto inmediato tanto en nuestro estado mental/emocional y físico, en el
entorno que debemos enfrentar posteriormente y en nuestra relación con las
otras personas que han sido afectadas. Pero este efecto es algo diferente al
sentimiento de culpa. Es la ley del Karma, que nos empuja irremediablemente a
evolucionar, haciéndonos enfrentar nuestros propios errores
continuamente.
El sentimiento de culpa, al
contrario que la ley del Karma, es un proceso anti evolutivo que en vez de
estimularnos a la introspección nos aparta de ella. Cuando nos sentimos culpables no
solo no afrontamos nuestros errores, sino que nos sentenciamos como incorrectos
o pecadores, creando un espacio oculto a la conciencia donde acumulamos toda la
inmundicia de nuestro carácter. Es como esconder la suciedad debajo de la
alfombra, suciedad que en vez de desaparecer crea espacio para bacterias,
microbios y putrefacción posterior. Esta putrefacción se materializa en nuestra
personalidad como una tendencia a sentirse sin valor, inferior, e impuro, un
agujero hacia el lado izquierdo que solo tiene un desenlace posible, la tristeza
y dolor.
En cambió la idea de la
voluntad Divina favorece el proceso introspectivo, pues focalizamos
nuestra atención y energía únicamente en el resultado de nuestras acciones, en
los efectos positivos o negativos que estas han tenido en nosotros mismos y en
nuestra vida, facilitándonos todo ello el proceso de evolución y transformación
de nuestra persona. No nos sentenciamos como culpables, identificándonos de
este modo con las cualidades más bajas de nuestra personalidad, sino que somos
como niños inocentes enfrentándonos cada día al reto de nuestro ascenso. Somos
responsables de todas nuestras acciones y no culpables de ellas.
Si aquel que maltrata a su
esposa no hubiese tenido un padre que hubiese hecho lo mismo sino uno que
tratase con respeto y devoción a su esposa, quizá el mismo no habría caído en
este mismo error. Existen innumerables factores que hacen que nuestras acciones
se desequilibren en un sentido u otro.
Para gozar de la plenitud de
nuestro propio ser no necesitamos erigir al ego como el protagonista del juego
de la vida, ni sentirnos los controladores ni dueños de nada. Es en lo pequeño
donde reside la grandeza. Es en el carácter inocente de un niño donde el gozo y
la plenitud se expresan. Solo siendo como niños pequeños, guiados por la mano
invisible del amor de Dios, que como una madre amorosa nos observa, corrige y guía,
nos libramos de la carga autoimpuesta de la culpa que es una trampa hacia el
infierno interno.