sábado, 29 de febrero de 2020

La ilusión del ego, ladrón de la existencia



Durante el maravilloso Shivaratri puja que celebramos en el centro de Inglaterra, con alrededor de 700 yogis, despertó en mi interior una comprensión clara de la ilusión de lo que creemos ser.

Cada vez que nos referimos o pensamos en nosotros mismos como un yo individual, alimentamos la ilusión y la maya que nos impide acercarnos al señor Shiva. De hecho ¿dónde está este yo individual, donde se encuentra? ¿Está dentro del cuerpo, posee el cuerpo? ¿Acaso posee algo material, alguna propiedad en este mundo? ¿Dónde reside todo su poder, toda su fuerza?

Solamente en el Señor Shiva reside todo poder, toda acción y la verdadera existencia. Él es la conciencia pura sin la cual no puede existir ni el pequeño yo individual que creemos ser, ni el cuerpo, ni la mente, ni poder alguno.

Si la conciencia abandona cualquiera de los objetos donde ilusoriamente parece residir, ¿Dónde podría existir dicho objeto? Solamente la conciencia, el espíritu, Shiva, da vida a toda materia, lo demás no es más que una ilusión, un espejismo que alimentamos cada vez que nos percibimos como un ser individual.



Ahora comprendo que en realidad lo que creía ser no existe. Lo que llamaba yo, no era más que ego, una ilusión engañosa sin vida propia. Lo cierto es que yo no soy nada, nunca lo he sido, en cambio Tu eres todo en todo mi Señor. Tu belleza se despliega de incontables formas incomprensibles para el pequeño recipiente humano. Tu ser es un silencio insondable que rezuma emociones arrobadoras que estremecen de gozo el corazón humano.

Durante miles de años este ego te intento robar lo que solamente es tuyo, toda acción, toda posesión, toda existencia.  Ahora Señor, postrado a tus pies, permíteme devolverte todo. Este cuerpo que no me pertenece y del cual no tengo control alguno. Solo Tu decidiste el día que nació en la Tierra, las experiencias que atraviesa a lo largo de su vida, y el día que vuelve a la Tierra convirtiéndose de nuevo en polvo. Esta mente invisible con sus infinitos pensamientos, sus ideas, esperanzas y deseos es solamente tuya y la utilizas de maneras insospechadas para mantener el juego de la creación y alcanzar todos tus propósitos. Te devuelvo mi Señor esta vida y todas las que haya de vivir en el futuro, pues no me pertenecen en absoluto y no tengo control alguno sobre ellas. Y finalmente, te devuelvo lo que durante tanto tiempo he llamado yo. Este ego que te intentó robar la existencia que únicamente a ti pertenece.

Ahora, siendo yo en realidad nada, infinitamente más insignificante que una diminuta mota de polvo, te imploro que aceptes todas estas ofrendas, que asumas el control de todo ello y despliegues tus bellísimos matices, cual arcoíris grandioso después de la gran tormenta.  Permíteme tan solo observar como un niño la grandeza de mi Padre, sus acciones llenas de magia, su exuberante belleza, su reflejo luminoso en la chispa que destella en los ojos de sus niños.