La materia de la cual provenimos y hacia la cual somos atraídos constantemente, oculta cual velo la realidad espiritual del mundo que nos rodea. En este sentido el mundo material (también llamado Maya u océano de ilusión), impide que percibamos con claridad la esencia espiritual del mundo y de nosotros mismos. Somos atraídos por la materia, tenemos multitud de deseos, y nos identificamos plenamente con nuestro cuerpo físico, emocional y mental. Esto es la Maya.
Con su origen en el sentimiento del ego, en el personaje con el cual nos identificamos, que con sus innumerables propósitos y aspiraciones lucha y trabaja constantemente para satisfacerse y alcanzar sus metas, la maya cual respuesta cósmica automática, teje una red impenetrable que desbarata todas nuestras maquinaciones. Cuanto más pretendemos conseguir resultados, más complejo se vuelve el entorno y más difícil de trascender. Quizás en otros casos nos conceda tan gran éxito en nuestro trabajo, que nos confunda haciéndonos creer que tenemos cualquier cosa al alcance de nuestra mano, para después llevarnos al extremo opuesto haciéndonos perder todo lo conseguido en un instante. ¡Parece que Dios estuviese jugando con nosotros! De la euforia a la depresión, para volver a la euforia y a la depresión de nuevo.
Pero la Maya tiene un propósito, un papel imprescindible para la evolución humana. ¿Cómo podríamos entender de otro modo, que solo somos una partícula de polvo en la infinita inmensidad? Que no tenemos el poder de alcanzar todo lo que pretendemos. Que solo somos un engranaje más de la maquinaria universal. Que no somos solamente este cuerpo, ni esta mente, ni este ego. ¿Cómo podríamos abandonar de otro modo, toda la ignorancia que nos mantiene prisioneros del sufrimiento? Atados con cadenas de deseos, de hábitos destructivos y de agresividad.
La Maya cual Madre amorosa, trabaja para librarnos de las serpientes que sostenemos en nuestras manos, creyendo que son cuerdas que nos sujetan. El ser humano es tan duro y difícil de penetrar, que tan solo con estos juegos divinos, que a un ignorante pudieran parecer maquiavélicas maquinaciones, podemos alcanzar el estado que nos permita vislumbrar el infinito océano de gozo que vibra incesantemente en cada átomo de existencia.
Y la materia, que son los ladrillos con los que la Maya construye su edificio ilusorio, la seda con la que la araña teje su trampa escondida, la red con la que el pescador atrapa la pesca del día, nos mantiene sujetos cual imán gigantesco y nos impide avanzar hacia nuestra meta suprema. Es curioso que la Maya utilice la misma materia que nos mantiene prisioneros, para librarnos de esta.
¡Oh resplandeciente Madre Suprema, concede a cada ser de este mundo, la inmaculada dicha de la visión trascendente, donde más allá de toda ilusión material, podamos percibir al Único Ser existente!
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