El otro día meditando me di cuenta del modo de tratar con mi ego.
Mientras meditaba sentí una luz interior que se proyectaba dentro del cuerpo. Era una luz que me tranquilizaba y me llenaba de paz y gozo interior.
Esta luz recorría diferentes partes de mi cuerpo hasta llegar a la zona izquierda de la cabeza. La zona frontal e izquierda de la cabeza es donde se sitúa el ego. Cuando esta luz amorosa llegó a esta zona empezó a llenarla, iluminándola de un modo suave y dulce.
¡Entonces me di cuenta!
La luz de espíritu ha de iluminar el cerebro. La luz espiritual ha de derramar su esencia, el amor divino, sobre este ser ilusorio que es el ego. No he de luchar contra el ego, ni he de considerarle mi enemigo, aún cuando su existencia sea el velo que me separa de la experiencia de mi propia divinidad. El ego ha de ser llenado de la compasión divina, y cuando esta luz verdadera le llene completamente, él mismo se disolverá en la experiencia de la unidad.
Al igual que esta luz que surgía de mi corazón derramaba su amor con gran dulzura sobre el ego, del mismo modo he de considerle mi amigo, ni niño amado, ni compañero de viaje. Aprendiendo a derramar amor sobre él, el será mi amigo y mi compañero.
Quizás por eso Shri Krishna decía en su Gita que para aquel que está en paz y equilibrio, su ser inferior es su amigo.
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