En el principio solo era Brahman,
la consciencia universal, el ser no manifiesto, Dios padre. Como y porque surgió
en su interior el deseo de representar el juego de la creación es algo más
allá de la comprensión del intelecto humano. Quizá como un mero
entretenimiento, quizá como una expansión de su propia naturaleza, quizá por cualquier
otra causa, lo cierto es que en un momento determinado el ser único decidió
desdoblarse a sí mismo, separando su deseo, su energía, el amor divino, Dios
Madre, de su aspecto conciencia-testigo.

padre, se fundía de nuevo con él en un solo ser, disolviéndolo todo en el uno
absoluto.
La parábola comenzaba alejándose
del Señor, desplegando sus rayos de divinidad, creando en su movimiento mágico
un sonido que surgía de la emoción primordial del amor de la Diosa Madre.
A través de la vibración que producía el cautivador baile de la Diosa, el
sonido primordial, OM, se fue desdoblando en tres rayos luminosos que contenían
en sus entrañas un infinito mundo de posibilidades. Un poder ilimitado vibraba
en cada partícula que emanaba de la Diosa, un poder autoefulgente vibrando en
una emoción arrebatadora que impulsaba cada partícula de luz hacia el movimiento
eterno.

Pero el lazo de la parábola del
amor divino de nuevo fue acercando a la Diosa en su danza cósmica y a cada
partícula que había emanado de Ella, hacia su destino ineludible, la consciencia
universal Dios Padre. De nuevo, en su aproximación hacia la meta, todas las partículas
luminosas aumentaban su brillo más y más, acelerando su vibración y fundiéndose
entre ellas con el corazón mismo de la Diosa.
La consciencia universal, testigo
de la maravillosa danza de la Diosa, se embelesaba de tal modo con su
grandiosidad y belleza, que absolutamente absorto en cada uno de sus
infinitos detalles, se disolvió en una infinitud donde todo parecía
desaparecer en el todo-nada. La Diosa fundida en el Dios, el Dios fundido
en la Diosa, solo uno en realidad, pero jugando a ser dos por su propia
voluntad.
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