lunes, 9 de diciembre de 2019

La parabola del amor divino


En el principio solo era Brahman, la consciencia universal, el ser no manifiesto, Dios padre. Como y porque surgió en su interior el deseo de representar el juego de la creación es algo más allá de la comprensión del intelecto humano. Quizá como un mero entretenimiento, quizá como una expansión de su propia naturaleza, quizá por cualquier otra causa, lo cierto es que en un momento determinado el ser único decidió desdoblarse a sí mismo, separando su deseo, su energía, el amor divino, Dios Madre, de su aspecto conciencia-testigo. 

En ese momento comenzó la danza cósmica donde el Señor empujo a su eterna compañera, la Adi Shakti, que comenzó a danzar a su alrededor creando una parábola resplandeciente de amor infinito, una parábola que dejaba una estela luminosa de inimaginable belleza.  Una parábola que, al reencontrar su punto de partida, a Dios
padre, se fundía de nuevo con él en un solo ser, disolviéndolo todo en el uno absoluto.




La parábola comenzaba alejándose del Señor, desplegando sus rayos de divinidad, creando en su movimiento mágico un sonido que surgía de la emoción primordial del amor de la Diosa Madre. A través de la vibración que producía el cautivador baile de la Diosa, el sonido primordial, OM, se fue desdoblando en tres rayos luminosos que contenían en sus entrañas un infinito mundo de posibilidades. Un poder ilimitado vibraba en cada partícula que emanaba de la Diosa, un poder autoefulgente vibrando en una emoción arrebatadora que impulsaba cada partícula de luz hacia el movimiento eterno.



Pero a medida que el giro de la Diosa la alejaba hasta el extremo opuesto del Señor, la luz interior de cada partícula, que de ella venía a la existencia, parecía difuminarse, como olvidando su propio origen, el Señor Brahman. Dicho olvido de su propia esencia parecía absorber la energía de cada partícula, ralentizando su vibración, su luz, su emoción, su pureza.


Pero el lazo de la parábola del amor divino de nuevo fue acercando a la Diosa en su danza cósmica y a cada partícula que había emanado de Ella, hacia su destino ineludible, la consciencia universal Dios Padre. De nuevo, en su aproximación hacia la meta, todas las partículas luminosas aumentaban su brillo más y más, acelerando su vibración y fundiéndose entre ellas con el corazón mismo de la Diosa.

La consciencia universal, testigo de la maravillosa danza de la Diosa, se embelesaba de tal modo con su grandiosidad y belleza, que absolutamente absorto en cada uno de sus infinitos detalles, se disolvió  en una infinitud donde todo parecía desaparecer en el todo-nada.  La Diosa fundida en el Dios, el Dios fundido en la Diosa, solo uno en realidad, pero jugando a ser dos por su propia voluntad.

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