domingo, 19 de septiembre de 2010

Chintamani, la joya suprema.

Un hombre buscaba con incontrolable ímpetu la suprema joya Chintamani. Esta joya singular concede todos los deseos y colma de suprema satisfacción a aquel que la posee. El buscador recorrió los cuatro confines de la Tierra, visitó a innumerables gurús y maestros, y practicó todo tipo de complejos ejercicios y penitencias. Entonces agotado y casi rendido, se sentó con la cabeza entre las manos, y pensó en lo difícil que era su tarea. En esta pose desconsolada yacía cuando un sencillo y humilde hombre se acercó a él. Aquel hombre no tenía la presencia de aquellos grandes gurús que había visitado, ni el semblante austero de los sadhus con los que había convivido. Era un hombre de lo más normal, con la cara relajada y tranquila, y los ojos brillantes como un niño. Este hombre le ofreció al buscador la ansiada joya Chintamani. Pero el buscador sin ni siquiera ofrecer el menor interés, le despreció pensando que aquel sencillo hombre no podía concederle tan preciado bien, y arrojó la suprema joya al suelo como si fuera una vulgar piedra.

Después de su larga búsqueda, el mismo Señor vino a verle y le ofreció su anhelo más profundo. Pero el, engañado por la idea que en su mente había creado de su búsqueda, rechazó al mismo Señor, que de su misma mano le quería otorgar el regalo.

Y así, ciego a la verdad que se esconde en la naturalidad de un simple hombre, el buscador renegó de su ansiado premio. Continuó vagando durante innumerables vidas, soportando la desdicha y la pena, y sin poder alcanzar la joya que podría haberle colmado de los mayores dones.

Hoy hemos estado algunos sahaja yoguis dando el despertar de Kundalini a las personas que nos encontrábamos por la calle. Y es curioso ver como las personas que se supone más espirituales, personas que llevan muchos años meditando y buscando, no podían aceptar el recibir el despertar de su Kundalini tan fácilmente. Estaban tan condicionados por lo que habían leído o les habían contado, que ni siquiera se podían conceder dos minutos para recibir esta joya divina, que desde hace cientos de vidas yace en su interior esperando el momento del despertar.

¿Somos el buscador que despreció la joya Chintamani después de buscarla toda su vida? ¿Estamos tan aferrados a las ideas artificiales que hemos adquirido de los libros y de lo que nos han contado, que no podemos experimentar la verdad viviente?

Esperemos que en cualquier caso El Señor nos conceda otra oportunidad de abrir los ojos a la verdad, y recibamos su divino regalo.

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